Oveja mansa está escrita en primera persona, en la voz de Sandra Foster, una científica que trabaja para HiTek investigando el origen de las modas. HiTek desea saber cómo predecirlas para poder llegar a crearlas, pero la doctora Foster no está avanzando en su investigación. En vez de eso, se mete en líos por ayudar a un compañero a que no pierda su empleo. Foster, de 30 años y que busca su pareja ideal en la sección de contactos de periódicos locales, pasa su tiempo entre la oficina, la biblioteca y centro comercial; es ahí donde surgen sus afilados y agudos comentarios sobre la vida, el universo y todo lo demás. Pero sigue sin encontrar el origen de las modas.
Lo cierto es que Oveja mansa tiene diálogos para recordar y alguna escena maravillosa, como la del cumpleaños de la hija de una amiga donde Connie Willis aprovecha para diseccionar las diferentes maneras en que los padres tratan con hijos díscolos. La “técnica de reproyección de acciones negativas en energía proactiva” me recordó mucho a los mecanismos educativos de los padres de Ned Flanders!
Es una novela entretenida, con un aire costumbrista y ligeramente pasteloso que le queda muy bien. Pero a pesar del tono de comedia y haber sido publicada hace 20 años, es una historia brutalmente actual. Dibuja un mundo donde la estupidez gana terreno a pasos agigantados. Reflexiona sobre la influencia de la casualidad y la suerte en nuestras vidas pero también dignifica el espíritu hacker con un aire muy Feynman. En cierto sentido, Connie Willis nos está lanzando un preaviso, un
“Oigan! Que esto se va a la mierda y nos estamos quedando sin cajeras que den bien el cambio, científicos que hagan ciencia y camareros que sirvan un café sin interrogatorio previo. Hagan algo. Piensen por sí mismos. No se dejen llevar por las modas. Al menos, no demasiado”.
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