Hannah Arendt, la biopic magníficamente interpretada por Barbara Sukowa, me hace descubrir el reportaje que escribió para The New Yorker sobre el juicio a Adolf Eichmann en Jerusalén.
Una de las ideas clave del reportaje es lo que dió en llamar La banalidad del mal. Para Arendt, Eichman es culpable de ser thoughtfulness: de negarse a pensar y emitir juicio sobre lo que está haciendo, él sólo recibe y ejecuta órdenes. Caracterizando a Eichmann como un funcionario eficiente, no como un ser guiado por el odio, hace un alegato sobre el mal como la dejadez de nuestra principal función como seres humanos: el pensamiento. Si bien existe un mal puro, que disfruta y se regocija de sus acciones, Arendt proclama que es el otro mal, el mal pequeño, la pasividad que soporta al totalitarismo, la negación del pensamiento nuestro mayor peligro como especie.
Esta idea básica (que me entretengo elucubrando que ya estaba en Brecht y de él se transmite a Heideger, y de éste finalmente a Arendt que le da nombre) me devuelve a la mente Home sen nome, de Suso de Toro. Y pienso que hay una fina línea que conecta ambos. Aunque en el libro de Suso, el protagonista sea un ser movido por el odio, de lo que trata es de reconocer el rol que tuvo en nuestra guerra civil el clima de tensión previa, la irresponsabilidad de unos pocos y la pasividad de muchos.
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