Islas en la red

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Laura Webster, dedicada a las relaciones públicas en el conglomerado cooperativo Rizome, ve cómo su casa/hotel es ametrallado en medio de una reunión de alto secreto mientras uno de los huéspedes es asesinado. A partir de entonces, se embarca en un viaje que la llevará a la Isla de Granada, la República de Singapur, Malí y al desierto subsahariano con los tuaregs. Es durante ese viaje que ella reconoce por primera vez un mundo donde la Convención de Viena y sus instituciones (símbolo de la hegemonía de los estados nacionales) se han visto superadas por los efectos que la globalización ha tenido en la sociedad. Como historia secundaria, Laura observa en primera persona los costes personales y colaterales que tiene ese viaje, la búsqueda de un mundo mejor para la humanidad y no para su comunidad.

A lo largo de la novela, Bruce Sterling, habla de la emergencia de nuevos actores con igual o más influencia que los estados en el orden global (ONG como la Cruz Roja, cárteles y paraísos de datos, movimientos antiglobalización luditas, empresas como Rizome o Kimera, etc),  anticipa la emergencia de la democracia económica y compañías comunitarias que luego Stephenson desarrolla como filés en La era del diamante, escribe sobre estados e instituciones capturadas por mercenarios/grupos de poder o muestra cómo la lucha por el control de las comunicaciones en la red será una de las marcas distinticas del nuevo siglo (bien a través de la censura o bien creando agendas públicas distintas a través de conglomerados de la comunicación). Al leerlo, te vienen a la cabeza inmediatas analogías con los tuaregs de Gresham y el movimiento zapatista, Rizome y Mondragón, la Convención de Viena con el papel de la ONU en la guerra de Bosnia o la OTAN, el ELAT y Al Qaeda, etc. Es, en definitiva, una historia donde -si tienes 25 años o más- verás reflejada la sociedad en que creciste.

Leer esta novela en 2014 provoca un sentimiento irremediable de … por qué no la habré leído 15 años antes. Aunque pierda un poco de la magia del descubrimiento, su lectura es igualmente interesante como scifi y a la vez apta para cualquiera no cercano a ella – porque, en realidad, la mayoría de las cosas que cuenta ya han ocurrido. Aún así -y sabiendo que fue publicada en 1988, un año antes de la caída del muro de Berlín y toda la mitología que abre en torno al fin de la guerra fría– me parece que refrenda el papel de Sterling como uno de los autores más clarividentes de su generación. Etiqueta que, de alguna manera, imagino que ya tenía ganada por su influencia como padre del ciberpunk.


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